lunes, 16 de octubre de 2017

Un par de azucarillos para siete tazas de amarga prepotencia

Los símbolos no son un relato que se construye en una asesoría de imagen o en el despacho de una agencia de comunicación, el sentido que tienen y adquieren forma parte de las vivencias de las personas.

Hay poca diferencia entre quienes torturan los datos para hacerlos decir cosas que distan mucho de reflejar la realidad que a priori dicen pretender explicar, y entre quienes se obstinan en aplicar recetas de importación prescindiendo del encaje histórico y cultural que estas puedan tener o no tener entre las comunidades reales a las que se trata de apelar.

Así, desde una torre de marfil teórica, sin un ápice de barro en los zapatos y con un desprecio absoluto por identidades, sentimientos y símbolos que vayan más allá de las emociones superficiales e instantáneas, no es difícil caer en el error de pensar que se puede seducir, por poner un ejemplo al azar, a los votantes del PSOE desde la ambigüedad ideológica o, a lo sumo, el discurso socialdemócrata prescindiendo del hecho -cultural y socialmente bastante obvio, por otra parte- de que en realidad sus bases (aunque no lo sean sus políticas) son gentes de izquierda que se referencian e identifican como tales, y que solo una minoría -la más progre y liberal probablemente- sería la audiencia más o menos receptiva para esos códigos y mensajes.

Luego llega la realidad y te deja mirando al infinito preguntándote ¿qué puede haber fallado? mientras su nuevo líder, encumbrado de vuelta al cargo precisamente por el masivo apoyo popular, canta la internacional y ondea la tricolor en un escenario minimalista donde en rojo se lee “somos la izquierda” con letras escarlata del tamaño de un camión… pero no hay letras lo suficientemente grandes para hacer entender un mensaje así de sencillo a quien de ninguna de las maneras está dispuesto a que la realidad, y más con esa simpleza, le estropee lo que considera una brillante teoría.

Esta es una de las muchas cosas que pasan, y se pasan por alto, si se prescinde de las dimensiones culturales -e incluso históricas- de las sociedades en las que estamos insertos.

Además suele suceder que quien piensa con esa prepotencia y desconoce o prefiere obviar -porque probablemente complica sus certezas- que todo espacio político es siempre un espacio simbólico, no alcanza a comprender que como todo espacio simbólico si se vacía sin rellenar lo que se sustrae, este será rellenado por otros símbolos. Pero los símbolos no son un relato que se construye en una asesoría de imagen o en el despacho de una agencia de comunicación, el sentido que tienen y adquieren forma parte de las vivencias de las personas (una de las razones para no poder rellenar el espacio vaciado de forma caprichosa), los símbolos siempre se deben entender relacionados con las acciones dado que son esas acciones las que los activan y los reconstruyen, y están cargados de un plus de significado que procede del peso social que el símbolo posee como acción social y que incluye vinculación, pertenencia a un grupo, participación, identidad social, adhesión, simpatía, cohesión, sentido de comunidad… por lo que, aunque nunca están terminados y siempre se encuentran abiertos a la interpretación y reinterpretación de su significado no siendo fijos ni definitivos, es más que evidente que no se puede sustituir “izquierda” por “patria” –por poner otro ejemplo al azar- ya que en nuestro espacio físico y momento histórico (contexto) las vivencias de las personas y el peso social de ambos son contradictorios, pero además y más definitivo si cabe; los símbolos son mediadores en relaciones de poder, las visibilizan, las activan y explicitan los conflictos, por lo que el peso histórico (material e incontestable) de dicho ejemplo convierte directamente en descabellado.

Defender la izquierda no necesita siete tazas de amarga prepotencia, basten hoy un par de argumentos ligados al profundo respeto que siempre se debe tener por la complejidad y multidimensionalidad de lo humano y lo social, que creo se pueden tener en cuenta mientras con realismo se sigue luchando por un proyecto emancipatorio y de transformación y justicia social que al fin y al cabo es de lo que trata nuestro proyecto político. Y a quien le siga amargando, un par de azucarillos.

SOL SANCHEZ MAROTO

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